PARÍS

  
     París, 20 de octubre de 2014, esperó mucho, por fin cumplía otro de sus sueños, estaba en la ciudad del Amor, ella es tan romántica!!, es de las que lee a Jane Austen y Emily Brontë en su Cumbres Borrascosas.

     Está con él, cuando tienen un respiro se escapan y crean nuevos recuerdos. De la ciudad de la luz traerían las maletas llenas; paseos y besos por el Sena y sus maravillosos puentes, fotografías de sus monumentos más emblemáticos, confidencias hechas en los distintos barrios, cada uno de ellos con personalidad propia, la visita a la casa de Víctor Hugo donde escuchó las cartas que el escritor le dedicaba a su amante, el sabor del chocolate caliente en el Café Marly con vistas al Louvre, en aquella noche otoñal, llovía, Le Marais y la ilusión por comprar regalitos para su hija, la magia de Les Jardin des Tuileries y por fin Montmartre, es tan parisino!!, vestido de gala con la paleta de colores, el carboncillo negro y rojizo de los artistas que ofrecen su talento a los turistas.

     –Amor!! porqué no dejas que te hagan un retrato.
     –Me da vergüenza, no sé..

     –Mira ese pintor de la barba, los hace a carboncillo, fíjate es diferente.

     –Sí, me encanta,  pero no sé , bueno damos una vuelta y lo pienso...

     –Cielo, deja que te lo regale.

     –Preguntemos cuanto vale.

     La convence, permanece inmóvil sin cambiar de postura, durante mucho rato, como si fuera una estatua, allí pero ausente, con el bullicio que hay a su alrededor y ella parece estar sola.... experimentaría esa soledad de nuevo, en incontables ocasiones, pero ella aún no lo sabía.

     Ultimo día,  no quieren irse, se despedirían de la ciudad comiendo en el Café de Flore, lo  subrayó en la guía, como; no nos lo podemos perder!!, es un lugar que ha visto en la gran pantalla, él la lleva, la conduce a través del mapa como de costumbre, ella carece de sentido de la orientación. Está abarrotado, las parisinas y su chic, ellos con su francés envolvente y melódico y en la mesa de al lado una pareja encantadora, con su misma complicidad, intercambian miradas y sonrisas a cuatro, se ofrecen para hacerles una foto.

        –Cuando llevemos bastón seremos ellos amor!!, dice ella con vehemencia.

     Desconocedora entonces, que aquella frase surgida de un pensamiento feliz, se convertiría poco después en uno de sus mayores anhelos, envejecer, seguir paseando por la vida creando nuevos momentos junto a él y ella, su pequeña de tan solo doce años. Tampoco contaba con el secreto que guardaba el retrato que ahora cuelga en su salón, jamás habría imaginado que se traería de París el recuerdo de donde todo empezaba, ese dolor punzante a unos escasos cinco dedos por debajo de su seno derecho, mientras la pintaban...